Ñimin ñi zugun: wiñotuaiñ tayñ kuifi wirintukun, es el nombre de una iniciativa que se está desarrollando semana a semana desde abril de este año en Kona Rüpü (Coñaripe), actual comuna de Panguipulli, Región de los Ríos. Si bien la traducción al castellano no es ni puede ser literal, el nombre del proyecto significa aproximadamente “el decir de nuestros símbolos, volverá nuestra antigua escritura” y es justamente lo que reivindican tanto las participantes del taller como las que lo impulsan. Buscar indagar de ese simbolismo propio que es una memoria lingüística, se manifiesta en los “relatos escritos” a través del trabajo textil en Witral Mapuche (Telar Mapuche) plantean. “La memoria que uno teje no lo hace con un color que le gusta o de un dibujo porque es bonito, sino que está siendo inspirado por toda esa memoria antigua. El mapuche escribía de su familia, de su linaje” explica Estefanía Maldonado Valenzuela, profesora de historia y facilitadora del espacio de taller que se extenderá hasta noviembre en sesiones de 4 horas por semana.
Cada una de las mujeres participantes habitan en las cercanía del Lago Calafquén y en este proceso estarán haciendo una indagación de sus memorias orales familiares en cuanto a la historia personal de su Küpalme (linaje familiar que guarda relación con la significancia del apellido) y su Tuwün (lugar de origen territorial del Küpalme). De este modo, junto con re – aprender a tejer en telar, irán plasmando estos aspectos en un “Trariwe” (faja utilizada en la vestimenta tradicional mapuche).
Para la ejecución de esta iniciativa se postuló a un Fondart Regional en la línea Cultura de Pueblos Originarios del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (MINCAP), lo que permitirá que cada una de las 10 participantes obtenga un marco de madera para tejer telar, herramientas complementarias para el tejido y 8 kg de lana torcida aproximadamente para que cada una desarrolle su trariwe. Además se realizará una cápsula audiovisual en la que cada participante decidirá qué y cómo mostrar su lugar de origen, un lugar significativo del territorio que inspire su trabajo o determine las característica de la familia de la que ella proviene, además de su vínculo con el tejido a telar. “Es algo muy importante de todo mapuche en su presentación, saber de dónde es, de donde son sus antiguos” sostiene la kimelfe (profesora) de esta iniciativa.
“Que se siga con la cultura”
Marianela Velásquez Antimilla es la responsable del proyecto remarca lo valioso que es profundizar la conexión con su cultura de manera grupal “tenemos la posibilidad de estar, de venir, de aprender”. En esos encuentros han reflotado memorias que son personales y colectivas como pueblo y se muestra entusiasmada con lo que se a venido dando “de volver a encontrarnos con nuestras memorias pasadas. Yo creo que muchas veíamos a nuestras abuelitas, a nuestras tías y esa memoria está volviendo, reviviendo en cada vez que venimos acá. Y es emotivo igual porque es como una forma de conmemorarlas a ellas, a las que ya no están, de acordarnos. Más allá del witral es revivir su memoria” plantea.
Rosa Erika Aillapan vive en Coñaripe y está participando de este taller. Ella concuerda que su vínculo con este trabajo textil también tiene que ver con haber visto a sus mayores en esa labor. Su abuelita sabía de witral “ella tejía, pero no hacía dibujo. Hacia frazadas, mantas, pero sin dibujo. Cuando era chiquitita y tenía como 9 años vi tejer y después falleció mi abuela. Mi mamá tejía a palillo. Me gusta la tradición de las tejedoras como era antes”
“Es porfiada la memoria y eso emociona. Como las manos tienen memoria y eso se manifiesta porque son memorias que se heredan. Para mi es bonito ver a ciertas personas tejiendo tan rápido y que hayan llegado recién y tejen como si tejieran de toda la vida porque toda la vida sus antiguas tejían y tienen la memoria viva” plantea Estefanía, la monitora del taller. Además plantea que es una memoria quebrada que se vuelve a tejer, por eso “Ojalá que no se vuelva a perder nunca más”.
Qué tejer y para quién
Ayinko Ancalef se desplaza desde Likan Ray a Coñaripe para participar semana a semana del taller. Al sumarse no tenía mayor expectativa porque no se encontraba a si misma especialmente hábil con este tipo de trabajo en lana. Su mamá sabe witral y muchas veces era ella quien le urdía o le avanzaba una parte cuando anteriormente quiso explorar en este trabajo. Ahora aprovechando esta temporada que oscurece temprano está destinando ese tiempo para avanzar más y aplicar los conocimientos que se han compartido en el taller. “Yo siempre he participado en varias actividades mapuche, me gusta participar en nutram o cualquier actividad que se realiza. Ahora me estoy haciendo un trariwe rojo porque igual mi idea es usarlo. Quiero uno rojo para contra y porque es bueno para una como mujer. En la casa, mis papas buscan el trariwe rojo porque como ya están mayores les duele la cintura”.
Estefanía Maldonado también remarca esa característica del witral de que los dibujos no debían ni deben ser elegidos al azar y es muy importante la cercanía entre la persona que teje y quien lo va a usar “Hoy en día se da que hay una tejedora y si a uno le gusta como teje le manda a hacer a esa tejedora un küzaw (trabajo), pero antes no era así, cada familia tenía su propia “gürekafe” y le tejía a su familia.
¿Artesanía? ¿trabajo?
Esta iniciativa es una apuesta más amplia que sólo transmitir o revitalizar un técnica manual de trabajo en lana o revitalizar un oficio. Tampoco tiene que ver con generar nueva empleabilidad o emprendimiento en mujeres del territorio. En palabras de Estefania “el küzaw que se está levantando no tiene que ver con el trabajo como se entiende hoy en día como algo impuesto. Si bien estamos cruzadas por esas formas de vida en el aquí y el ahora, pero el küzaw es diferente, tiene que ver con la labor para el lof, tiene que ver con lo que uno hace para su gente en su territorio para que la vida mapuche perdure. Por eso se sigue haciendo la comida antigua, se sigue preparando muday, se sigue urdiendo, hilando, para que nos sigamos abrigando y vistiendo” plantea. Lo mismo aplica para otros küzaw como el wizun (cerámica) o la platería, entre otros asuntos.
“Yo no lo veo como una artesanía…si bien hay mucha de nuestra gente y la respeto que vive y tiene que vender a un turista en el verano para poder subsistir, para nosotros es más profundo que eso: es la memoria de nuestros antiguos que nos vistió, que nos abrigó y que lo quiere seguir haciendo desde ese mismo respeto. Aunque sea trabajo artesanal, la artesanía tiene otro fin” sostiene
Juntarse y tejer
Durante este segundo semestre este grupo de mujeres se seguirán juntando miércoles a miércoles para compartir el maté, avanzar en sus trabajos y seguramente brotarán nuevos y viejos asuntos propios de la cultura mapunche. Rosa Erika Aillapan justamente destaca ese punto de lo que ha sido hasta ahora el proceso “se aprende y se comparte de otras cosas mapunche”.
En la primavera comenzarán los registros audiovisuales para relatar el proceso y las distintas visiones de la memoria oral presente en estas mujeres de orillas del lago Calafquen y a los pies del Rukapillan (Volcán Villarrica). La práctica hace al maestro dicen por ahí, así que seguramente ellas irán aumentando en destreza, pero también continuarán en las reflexiones sobre la delicadeza que implica el witral. “Ser ngerekafe es importante porque cuando uno hace prendas para uno, pero cuando uno empieza a hacer piezas para los demás, es una gran responsabilidad vestir a otra persona, el newen con el que estoy tejiendo para yo vestir al otro, cómo está mi mente, cómo está mi piuke. Es una responsabilidad espiritual” plantea la facilitadora del taller en Coñaripe Estefanía Maldonado Valenzuela